Obama deja un legado a medias y en riesgo de demolición

Barack Obama saluda antes de entrar en el avión presidencial, en abril de 2015 en Kingston (Jamaica). Foto: The White House

Al presidente que llegó con un mensaje de unidad le sucederá Trump, que ganó agitando la xenofobia

Washington.- El presidente Barack Obama, que hace ocho años llegó a la Casa Blanca con un mensaje de esperanza y unidad, dejará Estados Unidos en manos de un hombre de negocios que ha conquistado el poder agitando el odio a las minorías. Nadie esperaba este desenlace cuando el 20 de enero de 2009 Obama se convirtió en el primer presidente negro. El viernes, Donald Trump le sucederá. Es difícil imaginar personalidades más dispares. Un intelectual frente a un showman. Un hombre que todo le medita frente a otro que es impulsivo y se guía por los instintos depredadores del constructor de Nueva York que fue. Obama quiso transformar su país y el mundo y se topó con una realidad compleja. Deja el trabajo a medias y en peligro de demolición.

El ascenso y triunfo del republicano Trump se gestaba acaso desde el primer día, cuando el espejismo del demócrata Obama, el presidente que parecía anunciar el fin de los odios étnicos y el advenimiento de una era postracial, ocultó el malestar profundo que su victoria causaba a una parte del país.

“Me siento tan bien. No tengo frío. Mire la gente. No ha habido nada más bello en el mundo. Créame. Mire el sol: Dios nos está mirando”, dijo hace ocho años a este corresponsal una mujer negra de 78 años, una de los centenares de miles de personas que llenaron el National Mall, el parque central de Washington, para ver cómo Obama juraba el cargo. Después añadió: “No esperará que el hombre lo haga todo solo, ¿no? No es Jesucristo”.

Aquella mujer, que había vivido en los EE UU de la segregación y seguramente nunca había imaginado ver a un negro en aquella posición, captó la elevación del momento, y a la vez intuyó lo que se avecinaba.

Pronto Obama, nacido en 1961 en Hawái de una madre blanca de Kansas y un padre negro de Kenia, descubrió que los límites a su poder y las resistencias encogerían el terreno de juego. El soñador —el que en un discurso de su primera campaña proclamó que aquél era “el momento en que el crecimiento de los océanos empezó a ralentizarse y el planeta a curarse”— se metamorfoseó en el pragmático, y el ambiguo.

Obama prometía acabar con las guerras. Y sí, retiró a decenas de miles de soldados de Irak y Afganistán, y ganó el Nobel de la Paz, pero prosiguió los bombardeos con otros métodos, como los aviones no pilotados. Ordenó la muerte de Osama bin Laden, pero no anticipó la irrupción del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), que acabó forzándole a regresar a este país y a bombardear en Siria. Intentó cerrar la prisión de Guantánamo, símbolo de los peores excesos del Gobierno anterior, pero no pudo, o no se esforzó lo suficiente. Ensayó un cambio de rumbo geoestratégico en dirección a Asia y el Pacífico, pero Oriente Próximo y Europa le atraparon. Puso fin a décadas de hostilidad diplomática con Cuba e Irán, pero asistió atónito al expansionismo de la Rusia de Vladímir Putin.

Marc Bassets / El País