La deslucida fiesta de Trump

Members of the Mormon Tabernacle Choir sit in the rain waiting for the swearing in of Donald Trump as the 45th president of the United States to begin during the 58th Presidential Inauguration at the U.S. Capitol in Washington. Friday, Jan. 20, 2017 (AP Photo/Carolyn Kaster)

Washington.- La llovizna matinal vaticinaba que poca gente saldría de sus casas para asistir a la investidura presidencial de Donald Trump y pasar al menos cinco horas a la intemperie, frente a las escalinatas del Capitolio o sentados en las heladas gradas que fueron colocadas a lo largo de la avenida Pensilvania, en esta capital.

Conforme pasaban las primeras horas de este viernes, quedaba claro que el estado del tiempo no sería el pretexto para atestiguar la juramentación de Donald Trump como su presidente número 45.

La victoria electoral del multimillonario y su asunción al poder ampliaron la división social en su país. Y la ausencia de público a su fiesta inaugural fue una expresión potente de rechazo a su mandato.

“Fascista, racista, Donald Trump”, gritaban grupos de estadunidenses esparcidos en toda la capital, quienes desafiando la pertinaz llovizna acudieron al centro de la ciudad para repudiar al nuevo presidente.

En contraste con lo ocurrido hace ocho años, cuando Barack Obama asumió la presidencia que ahora entregó a Trump, las calles washingtonianas lucieron semivacías, pero fuertemente vigiladas por cientos de policías del Distrito de Columbia, elementos de la Guardia Nacional y agentes del Servicio Secreto.

El amplio operativo de seguridad para la asunción de Trump evidenció que los responsables de aplicar la ley se prepararon no tanto para controlar y someter a rigurosos escrutinios a los estadunidenses que asistirían a aplaudir al multimillonario, pero sí para evitar que los gritos de los manifestantes fueran escuchados por el nuevo presidente e interfirieran con la ceremonia.

Las vallas metálicas y de concreto colocadas en el amplísimo perímetro de seguridad alrededor del Capitolio y la Casa Blanca fueron suficientes para relegar a unos 3 mil manifestantes a espacios totalmente alejados de la avenida Pensilvania.

Frustrados porque su mensaje de repudio no sería visto ni escuchado por Trump y sus pocos seguidores –casi todos blancos–, los participantes en la protesta, diseminados en varios puntos de la ciudad y en la periferia del perímetro de seguridad, realizaron actos de vandalismo.

La chispa de desobediencia inició cuando un grupo de “anarquistas” lanzó botes de basura contra unos ventanales e incendió llantas sobre la calle 13, justo en la esquina de la calle I (a siete cuadras de la avenida Pensilvania). En menos de 10 minutos, cientos de policías arribaron al lugar y rodearon a aproximadamente 400 manifestantes, que para entonces ya habían destrozado una limusina y algunas camionetas de la policía.

Los agentes lanzaron gases lacrimógenos y granadas de sonido agudo para ensordecer a los inconformes y luego arrestaron a 95 de ellos (de acuerdo con el último reporte de la policía del Distrito de Columbia).

Mientras ocurría ese incidente y pequeñas escaramuzas detonaban en otras calles, a unos dos kilómetros de ahí, en las escalinatas del Capitolio, Donald Trump era declarado presidente de Estados Unidos.

El discurso populista y patriótico del magnate, ante unos 70 u 80 mil asistentes (en contraste con los casi 2 millones de personas que asistieron a la toma de posesión de Obama), no hizo eco entre los manifestantes que se confrontaron con la policía.

Los disturbios en la fiesta de Trump fueron apenas un atisbo de lo que se espera este sábado 21 con la Marcha de las Mujeres, a la que –según las organizadoras– asistirán más de 100 mil para mostrar su rechazo al nuevo mandatario estadunidense.

El rostro enojado de Trump durante su discurso reflejó claramente su molestia por la falta de audiencia, dado que él mismo había asegurado que asistirían miles y miles de estadunidenses a la ceremonia de asunción.

Tras concluir su breve mensaje de patriotismo, populismo y amenazas al extranjero, Trump almorzó con los líderes demócratas y republicanos del Congreso federal.

Los expresidentes Barack Obama, George W. Bush, Bill Clinton y Jimmy Carter, asistentes a la ceremonia en el Capitolio, se mostraron incómodos al escuchar y analizar las palabras del nuevo rostro del gobierno estadunidense.

En el edificio que alberga las dos cámaras del Congreso de Estados Unidos, la ceremonia oficial concluyó sin aspavientos. Obama se despidió y, como si aún fuera el titular del Ejecutivo, habló de la necesidad de unir a la nación, quizá preocupado por todo lo que Trump puede representar en el futuro inmediato.

El paso siguiente fue el desfile marcial. La limusina que transportó a Trump y a Melania, su esposa, así como al resto de la familia del multimillonario, circuló lentamente los primeros metros de la avenida Pensilvania. Al llegar a la altura del Hotel Trump, el presidente, dueño del inmueble, se bajó del auto blindado. De la mano de su esposa caminó aproximadamente media cuadra, y luego los agentes del servicio secreto volvieron a abrir la puerta del vehículo presidencial cuando el Ejecutivo ya no quiso caminar.

Sobre las banquetas de la avenida había muchas gradas vacías. Nada más claro: Trump no es un presidente popular.

Cuando la caravana llegó a la esquina de la calle 15 y Pensilvania, a unos 150 metros de la entrada a la Casa Blanca, el nuevo mandatario de Estados Unidos y la primera dama recorrieron a pie unos cuantos metros, y concluyeron el paseo en automóvil.

Tras los gruesos cristales antibalas colocados en el palco presidencial, Trump y familia disfrutaron del tradicional desfile marcial, con una duración de aproximadamente cuatro horas. Al concluir el evento, con bandas militares y escolares, bastoneras, vaqueros y algunos miembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos, la pareja presidencial entró a la Casa Blanca para descansar.

Por la noche, ya ataviados en elegantes trajes, Trump y su esposa, quien habla un inglés con marcado acento extranjero, disfrutaron las tres fiestas de gala, con lo que oficialmente concluyó la inauguración presidencial número 58.

A 15 cuadras de la Casa Blanca, en el barrio del DuPont Circle, decenas de manifestantes, cansados de gritar sus lemas y denuncias contra Trump, disfrutaron de algunos toques de mariguana, luego de que una organización de activistas sociales regaló 4 mil 200 cigarros en señal de inconformidad con el nuevo habitante de la Casa Blanca.

Proceso