Canadá suele venderse ante el mundo como heredero de la tradición de libertad, fraternidad e igualdad de Francia. Es defensor, dice, de los derechos humanos, de la integración de los pueblos y del respeto por las minorías. En el mundo se tiene la idea de que es el “alma de Norteamérica”: Estados unidos puede ser una nación brutal, y lo demuestra cada lunes y martes; y México tiene gobiernos que maltratan a sus propios ciudadanos. Pero siempre “tendremos a Canadá”, se piensa, como hermano de alta calidad ética y moral, que predica con el ejemplo y antepone a los hombres frente a la ambición.
Pero su imagen es sólo eso: imagen. En realidad, los canadienses se vencen en la primera tentación; todos los valores que pregonan se quedan en espera cuando es necesario, y muchas veces es necesario. Recientemente le ha dado en público la espalda a México: su rendición incondicional a Donald Trump es una muestra. Apenas les apretó, rápido soltó de la mano a los mexicanos para negociar lo suyo frente a la nueva Presidencia imperial de Estados Unidos. Cuando la Casa Blanca dijo que impondría un impuesto del 20 por ciento a los productos mexicanos para cobrarse el muro de la demencia, la prensa canadiense lo celebró: la decisión, dijo, haría más competitivos los productos de su país. Que se joda México, pues.
Y no sólo ha mostrado lo colmillos con este episodio. Canadá es dueño de la mayoría de las minas del territorio mexicano, y ha actuado como un verdadero depredador: aplasta a los pueblos, se roba su agua, involucran equipos de abogados para derrotar a las comunidades indígenas en los tribunales y mientras todo esto pasa, aviones cargados de oro y plata se llevan al norte el producto de su ambición.
Y ahora, el Gobierno de Israel. Benjamín Netanyahu, Primer Ministro, celebró el muro que pretende hacer Trump en la frontera con México. No hay recuerdos, no hay historia, no existe voluntad por la justicia: hay objetivos, y para lograrlos, como lo ha hecho ese país con Palestina, no importa convertirse en lobo: será capaz de devorar crías, si es necesario. Porque la comunidad judía en México se verá afectada y eso no le importó.
Pero la crisis de México con Estados Unidos ha abierto una oportunidad: fuera de los discursos de amistad, de los abrazos políticos, de los buenos deseos, está la bestia.
Estos dos países se le caen a México de las manos. Tanto que ha confiado en ellos; tanto que, históricamente, los ha apoyado y respetado. Y cuando se requiere que al menos sean neutrales y no alimenten la ambición del sátrapa anaranjado, muerden a Mexico.
Canadá e Israel son lo que son. México debería aprender la lección, y es que sólo se tiene a sí mismo. En la hora de la hora, todos se le echarán encima para ver qué ventaja obtienen.
Trump nos permite, aquí aprender esa lección y otra: que Canadá, Israel y Washington (el centro del poder), son lo que son y nosotros no debemos contar con ellos. Mucho menos depender de ellos.
Una y otra vez, con datos de instituciones de Estado Unidos y de México, se le ha dicho a Trump que el muro es estúpido y gasta su dinero a lo loco para cumplirle a sus votantes. Que la migración ha bajado dramáticamente en la ultima década porque el país del norte ya no es tan atractivo.
También se le ha mostrado, con cifras, que los islamistas radicales y yihadistas no son, al menos en este momento, una amenaza de seguridad interna.
Aún así, Donald Trump decidió vetar a un grupo de naciones musulmanas incluyendo Irak, invadido por norteamericanos, cuya industria petrolera le chupa los jugos de sus entrañas.
The Huffington Post reveló hace unos días la realidad. Número de estadounidenses asesinados por yihadistas islámicos migrantes: dos. Estadounidenses muertos por extremistas de ultraderecha: cinco. Muertos en manos de terroristas islámicos: nueve. Número de estadounidenses muertos por rayos: 31. Numero de estadounidenses muertos por un autobús: 264. Los muertos por caerse de la cama: 737. Y los muertos por arma de fuego, en manos de otro ciudadano de Estados Unidos: 11 mil 737.
Trump se lanzará a la gran aventura de construir un muro; vetó a los musulmanes que quieran ingresar a Estado Unidos. Aún con estos números.
Pero qué importan los números. No lo mueve la verdad, sino el odio. Odio a los mexicanos. Odio a los extranjeros. Odio a todos los que sean distintos a él y sus seguidores.
El odio conduce Estados Unidos hacia su gran abismo.
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) está muerto. Se escribe su acta de defunción y Estados Unidos reeditará su relación con México, una nación más débil y más desprotegida. Veremos en los siguientes meses cómo se negocian sectores y algunos productos para que Estados Unidos se lleve lo mejor, como siempre, de nosotros.
A falta de un Gobierno fuerte en la República Mexicana, empresarios y grupos civiles han lanzado distintas iniciativas para que los mexicanos dejen de comprar productos de Estados Unidos. El llamado tendrá poco éxito en un pueblo de escasos compromisos consigo mismo.
Por fortuna, no dependerá de nosotros, mexicanos indecisos, desprendernos de la alta dependencia a Estados Unidos. Por fortuna, es el mismo Trump el que se encargará de encarecer esos productos y nos llevará, a marchas forzadas, a repensar todo lo que hicimos mal; toda esta dependencia al exterior que nos hizo más débiles y asustadizos.
Como decía Lorenzo Meyer: quizás mañana le levantemos una estatua a Trump por hacernos despertar por la mala del sueño idiota, de la ilusión; una estatua por hacernos entender que ningún Gobierno es nuestro amigo a la hora de la hora: ni Israel, ni Canadá, ni nadie.
Quizás en el futuro le agradezcamos por habernos sacudido del canto arrullador que nos lleva, a cada hora, más cerca de las fauces del lobo.
A Trump le deberemos muchos favores aunque nos los haga por la mala. Desenmascara a los hipócritas como Canadá; nos ha mostrado que no debemos confiar en Washington y que el camino que llevamos, en 25 años de TLCAN, no era el correcto.
Nos empujará a fortalecer nuestra industria, a consumir lo mexicano y, en una de esas, nos llevará a deshacernos en 2018 de los políticos que han llevado a México por el rumbo equivocado durante décadas, mintiéndonos, arrullándonos mientras un puñado se hace estúpidamente rico y millones caen en la pobreza, presas de la desigualdad.
Sí, ahora nos queda más claro. Sí, gracias, estúpido Trump.
Sólo queda desearle que su muro sea realmente efectivo porque de este lado quedará mucho resentimiento y pocas ganas de volverse a acercar. El muro físico se tardará, seguramente, pero él ha levantado ya una barrera –estúpida como él– entre dos pueblos que difícilmente podrán volverse a verse a los ojos sin recordar este episodio negro, nacido del odio y de la ambición.
Alejandro Páez Varela/SinEmbargo