La Academia ha despreciado a una de las comunidades más grandes de Estados Unidos en un año donde los mexicanos sufren la retórica xenófoba de Trump
Ciudad de México.-No solo Donald Trump ha despreciado a los hispanos este año. La edición de los Oscar del próximo 27 de febrero tampoco parece tenerle demasiado aprecio a la primera minoría de Estados Unidos. De todos los nominados a hacerse con una estatuilla, solo dos son latinoamericanos. El músico estadounidense de origen puertorriqueño Lin-Manuel Miranda y el mexicano Rodrigo Prieto aspiran a hacerse con el premio a mejor canción y mejor fotografía.
A Hollywood se le olvidó que Los Ángeles no solo es la ciudad de las estrellas, el cine y la fama. Es también la urbe con mayor número de mexicanos por detrás de la Ciudad de México. A la industria cinematográfica en general y a Demian Chazelle en particular. El director de La La Land, el musical multinominado, uno de los favoritos de los Oscar, no dio un solo diálogo a algún latino en la cinta a pesar de estar rodada en Los Ángeles. Un escenario que sin hispanos resulta irreal.
Los hermanos Coen también se olvidaron de los hispanos en Ave Caesar. La cinta narra el intento de liberar a un famoso actor secuestrado sin que se entere la prensa. Ambientada en Los Ángeles de los años 50, sus personajes podrían provenir de cualquier país europeo del este más que del multirracial Estados Unidos. El largometraje parece no haberse percatado que hacia mitad del siglo XX los latinos también cruzaron a Estados Unidos en busca del sueño americano.
Hollywood ha pasado por alto que los latinos llegaron a Los Ángeles antes que la industria del cine y que cuando este se instaló en la ciudad californiana hubo épocas en las que fueron los hispanos quienes acapararon la fama. La mexicana Dolores del Río fue una de las grandes estrellas en aquel Holywood de los años 30 que Woody Allen se atreve a retratar en Café Society sin haber escrito un solo rol para algún miembro de esta comunidad. El largometraje del director relata una relación de amor entre el sobrino de un poderoso agente y la secretaria de su tío. Se adentra en la opulenta vida de las estrellas y se entromete en sus fiestas. Todas ellas llenas de hombres y mujeres blancos y sin que ningún acento español se deje caer en alguna conversación.
Woody Allen retrata precisamente unos años donde los mexicanos se convirtieron en chivos expiatorios de la falta de empleos en EE UU. El presidente del país, Herbert Hoover, no soñaba con fortificar la frontera como lo hace ahora Donald Trump, pero sí con las expulsiones masivas de inmigrantes. Ante las consecuencias de la gran depresión, el mandatario decidió deportar más de millón y medio de mexicanos, algunos incluso con residencia legal. Hoover pretendía convertir en culpable de la crisis a una comunidad con enorme importancia en ciudades como Los Ángeles. Como recogen Edward Eric Telles y Vilma Ortiz en su libro Generaciones excluidas, un 84% de los estadounidenses consultados en los años 60 recordaban que, en esta ciudad californiana, en la década de los 30 casi todos o todos sus compañeros de clase tenían origen mexicano.
Esta no es la primera vez que se le acusa a Hollywood de olvidarse de las minorías. El pasado año fueron los negros los que libraron una batalla bajo el hashtag #OscarSoWhite y con el apoyo de grandes figuras como Spike Lee o Will y Pinkett Smith, que decidieron no acudir a la gala a modo de protesta. La reivindicación terminó en victoria para esta comunidad que este año cuenta con ocho nominados. Los premios pasaron de ser demasiado blancos a blancos y negros. Por el camino se olvidaron de incluir a una de las comunidades más grandes de Estados Unidos.
En otras ediciones, la Academia reconoció a los mexicanos Eugenio Caballero, Alfonso Cuarón, Emmanuel Lubezki y Alejandro González Iñárritu. En 2017 la historia de los Oscar es diferente. Los latinos ni siquiera están presentes en la categoría de mejor película de habla no inglesa a pesar de potentes aspirantes como Neruda, de Pablo Larraín. El reconocimiento de Hollywood a este cine no hubiese venido mal en tiempos en los que Donald Trump atiza las masas acusando a los mexicanos de violadores y ladrones. La Academia tenía en sus manos un buen antídoto contra los insultos, el desprecio y la xenofobia del presidente de Estados Unidos.
El País