Huele a quemado. En medio de pastizales hechos cenizas y pinos marchitados por un incendio hace unas semanas, resalta un conjunto de piedras que a simple vista parece ser solo otro elemento más del paisaje. De cerca, aquel montón de piedras comienza a tomar un sentido escultórico: “Esta es una cabeza con un ojo delineado y este es el cuerpo de lo que parece ser una serpiente o un lagarto.
Allá vemos una figura que se asemeja a una tortuga”, explica el arqueólogo Víctor Arribalzaga. Estos elementos, descritos por este arqueólogo del INAH como petrograbados realizados a partir del agrupamiento y modificación de grandes piedras, forman parte de los 176 sitios que él, con apoyo de alumnos de la ENAH, han registrado en las laderas del Monte Tláloc, una montaña que tuvo gran importancia ritual en tiempos prehispánicos y que se mantiene entre los pobladores de la zona a 4 mil 125 metros sobre el nivel del mar, entre de Puebla, Tlaxcala y el Estado de México.
Según el arqueólogo, una de las principales ceremonias que se realizaba en el adoratorio cuyos vestigios aún se conservan en la cima de la montaña, es la que encabezaban los altos dignatarios de la Triple Alianza. En forma de peregrinación, luego de largas caminatas, llegaban hasta la punta de ese cerro para dejar ofrendas y ofrecer sacrificios para pedir lluvia al dios Tláloc.
Ahí, escondidos entre la vegetación, cerca de una carretera de terracería que llega a las faldas de la montaña, estos vestigios vinculados al dios de la lluvia sortearon el fuego de ese incendio que arrasó parte del bosque. “El riesgo es que el fuego parta la piedra; en este caso apenas estuvo cerca de que esta piedra se tronara y eso significa una pérdida para la investigación arqueológica”, advierte el arqueólogo mientras rodea y observa un montículo que asemeja a una tortuga. Cerca de ahí hay otros petrograbados con forma de animales acuáticos: ranas, cocodrilos, ajolotes. Esta vez, los vestigios sobrevivieron, pero el peligro estuvo cerca. “Como INAH, lo que nos toca hacer en estos casos es registrar y evaluar cualquier alteración de los vestigios, ver la situación de los culpables corresponde a las autoridades competentes, a Probosque y a Profepa”, indica.
“Aquí lo que nos falta es presupuesto, queremos poner cédulas para que la gente comprenda qué es lo que hay, porque no van a proteger lo que no conoce. Hay muchos otros elementos dispersos en la montaña”, dice. En algunos de esos vestigios se han reportado hasta grafitis.
El Monte Tláloc tiene una principal zona de protección que inicia a partir de los 3 mil 500 metros sobre el nivel del mar, pero eso no impidió que el fuego llegara a las laderas cercanas de la cima, donde están los vestigios de una calzada y del templo ceremonial.
El Universal