Francisco Toledo revela cómo surgió su vocación artística

Francisco Toledo (Juchitán de Zaragoza, 1940), con una de sus obras, en el Centro de las Artes de San Agustín, en Oaxaca. Foto cortesía del Casa

 

Este domingo 28 de mayo se inaugura una gran retrospectiva de grabado de la colección que Francisco Toledo construyó por más de 40 años.

Apenas un adolescente, Francisco Toledo (Juchitán, 1940) no hacía más que dibujar. Yo siempre estaba haciendo grabados. No estudiaba, no presentaba exámenes. Ya que no avanzaba en la escuela secundaria, mi familia decidió enviarme a la Ciudad de México para que estudiara más.

Así relata en una charla el pintor, mecenas y activista social de 76 años al rememorar los primeros pasos de su andar en el arte de la gráfica.

Salí a los 13 años del sur de Veracruz y vine a Oaxaca a estudiar la secundaria, narra y comparte anécdotas personales de los primeros años menos conocidos, entre recuerdos, sus inicios como artista y coleccionista.

Fue en la biblioteca de la escuela donde consultó libros sobre muralismo, con pinturas de José Clemente Orozco, grabados de William Blake y de Pablo Picasso, que sembraron la inquietud de quien hoy es uno de los artistas y promotores culturales más relevantes en México.

Su primer maestro, Arturo García Bustos, dijo a Toledo: Usted dedíquese a la foto y deje el grabado. Por fortuna, no lo hizo. Al no poder entrar al Taller de Gráfica Popular ni a La Esmeralda, fue en la Escuela de Diseño y Artesanía de La Ciudadela, donde comenzó su aprendizaje en litografía, al lado de un ex obrero de la fábrica de cigarros del Buen Tono. Yo hacía las cosas buscando una cierta modernidad que no les gustaba. Pero como yo era el único alumno, me tenían que aguantar.

Europa se atravesó en su camino. Toledo se lanzó hasta el viejo continente tan sólo con cartas de recomendación para Rufino Tamayo y Octavio Paz, que recibió del galerista Antonio Souza, sumadas a la inquietud de ver museos. Salí de México en el 60 y fui a dar a Roma, con un poco de di-nero después de su primera exposición montada en Texas.

Luego, decidió ir a la Bienal de Venecia. La señora que me atendió me dijo: no vaya. Los venecianos matan a la gente y la tiran al canal. Nomás por un rato, fue la respuesta y le encargó sus cosas. Regresé cuatro años después. Debe haber creído que realmente me mataron esos venecianos, cuenta con su habitual parsimonia.

En París le ofrecieron un cuarto con la finalidad de que dejara el albergue para la juventud. En la capital francesa finalmente se en-contró con Paz y Tamayo. El autor de El laberinto de la soledad preguntó al joven Toledo: ¿Quiés es más importante: Tamayo o Dubuffet? La respuesta no fue la correcta, al parecer, Dubuffet. Pues se equivoca, Tamayo es el pintor, respondió el poeta con enfado.

Sin embargo, Paz lo ayudó a tener un lugar para pintar, debajo de unas escaleras en la Casa de México en la ciudad universitaria, pero las señoras del aseo se quejaron y pidieron que me sacaran porque siempre estaba todo azul o rojo y que no era posible.

Acervo integrado durante cuatro décadas

De Tamayo, afirma, fue muy generoso. Llegó a vender los cuadros de Toledo a coleccionistas y lo llevó a galerías, aunque siempre salía muy enojado. ¿Ha visto qué cosas tan feas exponen? Y lo de usted no lo quieren, decía Tamayo. A punto de que el gran pintor mexicano, el de sandías rebosantes, regresara a México trató de protegerlo; le ayudó a obtener una beca de la española Raffita Ussía y lo presentó a un hombre noruego, quien organizó en Oslo una exposición con obras de Toledo y Rodolfo Nieto.

En la capital noruega tuvo un encuentro insólito con las piedras de litografía y las placas de madera de Edvard Munch. Nadie las ve porque están en la bodega, recuerda que le dijo el director del museo, donde expuso en 1962, en el Kunterness Hus.

Curiosamente, el autor de El grito hacía sus grabados en el mismo sitio donde trabajó Toledo en París, el taller Clot, Bramsen & George. Me quedé un mes en Oslo. Como me tocó el invierno, había una luz muy especial. El Sol estaba presente de día y noche. Pero había que regresar a París.

Este domingo 28 de mayo se inaugura una gran retrospectiva de grabado de la colección que Francisco Toledo construyó por más de 40 años.

Durante los preparativos para esa exposición, el artista platicó el pasado marzo con Daniel Brena, director del Centro de las Artes de San Agustín (CaSa), espacio fundado por Toledo, que alberga Gráfica: colección Toledo/INBA.

Nunca fui coleccionista. Nunca tuve ningún interés, ni de coleccionar mi obra ni la de otras personas, son algunas de las revelaciones de Toledo, quien reunió más de 25 mil piezas, de mil 400 artistas, que en 2015 entregó en donación al Instituto Nacional de Bellas Artes.

La selección de gráfica integrada por más de 200 piezas, que se mostrarán en el CaSa, tiene su hilo conductor en la conversación entre Toledo y Brena, como un esfuerzo por documentar el origen de muchas de esas obras, entre las que figuran creaciones de Goya, Durero, Ensor, Picasso, Daumier y Chagall.

La pieza de James Ensor, por ejemplo, le cimbró la economía. Muerte persiguiendo un rebaño de hombres la adquirió en una subasta, por 10 mil dólares. Apenas comenzaban a sacarlos al mercado y no eran tan caros. Es como cuenta en esta conversación, que el CaSa ha impreso como parte de la muestra, para que el público conozca esa historia detrás del artífice del centro cultural erigido en la antigua fábrica de textiles en San Agustín Etla y de su colección de grabados.

Pensada en su origen para mostrarse en la Casa de Cultura de Juchitán, la colección de obra gráfica no surgió con la finalidad integrar un acervo personal; el afán es compartirla.

El Iago, depositario de obras que engarzan una historia de vida

En la charla con Brena, Toledo detalla que buscó piezas en los talleres de los artistas, sus casas y en galerías. Algunas las consiguió durante sus viajes, otras se las regalaron, que se sumaron a intercambios y con obras que fue comprando poco a poco, sea en galerías extranjeras, o con la generación que siguió a los grandes muralistas, como Alfredo Zalce, Isabel Villaseñor y Carlos Mérida. Una generación de artistas muy dadivosa, sin interés de ganar.

Finalmente, el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (Iago), también fundado por Toledo, se convirtió en el depositario de estas imágenes que se engarzan a una historia de vida y una carrera que abarca México, París, Oslo y Nueva York.

La Jornada