Por Cipriano Flores Cruz
Es indiscutible que los hechos, por sí mismos, no traen verdad alguna, solamente lo son y punto. La verdad de los hechos depende de todo nuestro sistema de creencias, conocimientos, ideologías, de la cultura y en general, de nuestros valores. Habrá tantas valoraciones del gobierno de Alejandro Murat como de las personas que realicen tal ejercicio.
Las valoraciones individuales se pueden sumar desde la perspectiva de clase, de grupo, de partido, del grupo afín del gobernador, del propio gobernador. Por esta razón lo que se puede afirmar del gobierno que ha cumplido medio año, depende de la posición que ocupamos en la distribución de la riqueza social. Sin embargo, para algunos científicos sociales, si somos capaces de englobar los hechos en una totalidad concreta, de descubrir algunas leyes de su desenvolvimiento, de abstraer esta realidad y volver a ella ya pensada, desmenuzada, podemos conocer la realidad.
Lo primero que debemos decir es que la transición democrática que se quiso impulsar del año 2010 al 2016 fue un intento que sumió a Oaxaca en el peor de los mundos, fue no sólo un sexenio perdido, sino un sexenio que aceleró, desarrolló, amplió, diversificó, los peores indicadores de un mal gobierno, originó tal crisis de un régimen político, que si bien no era el mejor, por lo menos los indicadores del desarrollo iban avanzando paulatinamente. El gobierno de Gabino Cué Monteagudo fue una verdadera pesadilla para la mayoría de la población, al no tener un sentido de justicia, resultó una banda de ladrones.
Ante el fracaso de la transición democrática, el regreso del PRI al gobierno bajo la batuta de un segundo Murat, con la enorme experiencia de José Murat, se esperaba la instrumentación de una estrategia para retomar la transición democrática truncada, la instauración de un nuevo régimen político, división de poderes y equilibrio entre los mismos, de una nueva dinámica de la administración pública, mucho más eficiente, transparente, con rendición de cuentas, por el contrario, se observa a los nuevos servidores públicos con las mismas actitudes de siempre: incompetentes, frívolos, irresponsables, enfermos de aspirantismo, es decir, apenas asumen el cargo, ya están deseando el próximo superior. No tienen espíritu de servicio, se divierten conspirando los unos con los otros traicionando la confianza del gobernador, claro está con la existencia de excepciones que confirman la regla. Lo más grave es que no existe un plan para la mejora de esta administración pública.
Respecto a los órganos autónomos, se encuentran en una grave crisis de legitimidad que raya en la vergüenza. Es necesario asignarle un nuevo papel a los partidos políticos, ser auténtica correa de transmisión entre ciudadanos y el gobierno, por tanto, desplazar a las organizaciones sociales de esta función, esta tarea le corresponde en especial el PRI y a sus sectores.
Sin embargo, el cambio de régimen político parece que nunca ha estado en la mente del nuevo gobierno. No se ha planteado la alternancia, distanciarse del régimen de la Alianza entre aceites y vinagres por lo menos, solamente se ha considerado un gobierno por turno: “ahora me toca a mí”. Por esta razón se observa una espantosa repetición de las maneras y formas de gobierno del antiguo régimen y de los anteriores: un Congreso muy lejos de representar los intereses legítimos de los pueblos, comunidades y de los ciudadanos oaxaqueños, en nada se está diferenciando con el papel realizado por el Congreso del régimen de la Alianza: improductivo, corrupto, subordinado, sin compromiso. Los morenistas, los que no deben de mentir, robar, engañar al pueblo, se han acomodado a la dulce vida que significa estar en este tipo de Congreso, es decir, no han marcado diferencia.
Un Poder Judicial que en cualquier parte que se le apriete sale pus, hiede corrupción. Una fiscalía envuelta en la incompetencia a pesar del cambio del titular. Los municipios sufren la carencia de recursos, no hay visos de alguna reforma que los fortalezca, sufren el abandono del gobierno. En forma esporádica, el gobernador anuncia algunos éxitos de su gestión ante los órganos centrales, pero nada más.
Se puede entender que al gobierno le entregaron un gobierno quebrado, puede ser una muy buena justificación de la falta de despegue del gobierno de Alejandro Murat, pero lo que no puede ser es que le falte imaginación, estrategia, espíritu, declararle la guerra a la situación de crisis en que se recibió el gobierno. Primero, llenando a todo el gobierno de un nuevo
espíritu de servicio, crear el mejor clima para empezar la lucha por Oaxaca, reconocer muy bien el terreno en que se está pisando, construir la organización más adecuada para el tamaño de los retos y tener un mando firme, enérgico, que imponga temor a los subordinados.
Desgraciadamente para los oaxaqueños, el gobierno de Alejandro Murat envejeció muy pronto, entró en una espantosa rutina, cotidianidad, que sólo el clima nos saca del sopor que nos causa, corresponde al joven gobernador sustituir el afán administrativo de sus colaboradores, sus cortas miradas, por un verdadero gobierno que haga historia y alcance la gloria: meta de todo buen gobernante. En verdad, nos queda un ápice de confianza en el gobernador, ojalá no nos equivoquemos.