Pareja de mexicanos regresa al K2 para conquistar la montaña salvaje

Es su novena cumbre de un proyecto para alcanzar las 14 cimas más altas de la Tierra Foto cortesía de los alpinistas

Al cerrar la puerta de la casa, Mauricio López y Badía Bonilla se despidieron del hogar con la gravedad de quien no sabe si va a volver. Una ceremonia del adiós para aligerar la carga de culpa si alguno de los dos no regresaba. Después de toda una vida en pareja, la única promesa que no podían hacer esa tarde era la de regresar juntos.

El sábado 10 de junio, enfilaron rumbo al aeropuerto de Ciudad de México para emprender un viaje de tres meses a la cordillera de Karakórum, entre Pakistán, India y China, la mayor concentración de montañas con cumbres superiores a 8 mil metros de altura, y la zona con más hielo después de las regiones polares. Esa configuración de picos y aristas, alberga el K2, una de las montañas más peligrosas por su complejidad para escalar y por su inestabilidad climática.

El K2, apodada la montaña salvaje, entró en los libros de topografía en 1856, pero pasó un siglo para que alguien pudiera llegar a la cumbre. Durante ese tiempo hubo varios intentos fallidos con desenlaces absurdos y trágicos. Por sus laderas pasaron aventureros, aristócratas, locos, iluminados y ambiciosos. La cumbre la lograron unos italianos necesitados de restaurar la autoestima nacional devastada por la Segunda Guerra Mundial y el fascismo. Esa expedición de 1954 estuvo marcada por el signo de la traición. La sospecha de que el líder de aquel grupo engañó a sus compañeros para asegurarse la gloria, enturbia aquella conquista.

Impulso carente de lógica

Cuando el director de cine Werner Herzog preguntó al célebre montañista italiano Reinhold Messner cuál era el fin de buscar cumbres tan peligrosas, en el documental Gasherbrum, la montaña luminosa, la respuesta fue reveladora. Nunca me lo pregunto. No quisiera saber la respuesta, dijo sin aspavientos el italiano. Porque fuera de la montaña, nada explica ese impulso carente de toda lógica de sobrevivencia para que un ser humano se arriesgue a terminar con los pulmones inundados en sus propios líquidos, con el cerebro encharcado, con los dedos mutilados por congelamiento u ofrendando el propio cuerpo a la montaña.

Ese mismo impulso es el que llevó a Badía y Mauricio para volver al K2 a intentar la cumbre de 8 mil 611 metros, la nove- na de un proyecto para alcanzar las 14 cimas más altas de la Tierra. El año pasado renunciaron porque el dios del clima les impidió continuar. Hacerlo representaba un suicidio. Abandonaron la expedición a 6 mil 900 metros. A menos de medio kilómetro de donde el ocultista y místico Aleister Crowley llegó en 1902 después de pasar más de dos meses en la montaña, marca que persistió por décadas; también un episodio que se escribió en medio de peleas, amenazas a punta de pistola y el delirio producido por la altitud y el opio.

Después de la expedición del verano de 2016, Badía y Mauricio invirtieron todos sus esfuerzos para volver en 2017. El costo para financiar un viaje de este tipo es demasiado alto, incluso para un equipo austero como el de ellos. Sin el dinero suficiente, decidieron cancelar en los primeros meses de este año.

Nos sentábamos Mauricio y yo a hacer cuentas, a cambiar números: si ahorro aquí, si no compro esto, pero ni así nos alcanzaba, contó Badía antes de partir; me daba mucha tristeza, porque este es nuestro proyecto de vida, no tuvimos hijos porque elegimos las montañas, pero no reuníamos el dinero. Me sentía desconcertada.

La desesperación la orilló a buscar recursos improbables: compró un billete de lotería. El sorteo fue el 5 de mayo. Ese día, cuando informaban a un patrocinador que tenían que cambiar los planes porque no reunían el presupuesto para buscar la cumbre del K2, esta persona anónima les ofreció el dinero faltante para emprender la expedición.

Nos la dio el día del sorteo, exclamó emocionada Badía como si hubiera ganado el premio mayor; le dije a Mauricio que nos habíamos ganado la lotería. Bueno, el billete que compré no fue ni reintegro, pero tuvimos nuestro premio.

Prisas y modestia

Planear una expedición les exige alrededor de tres meses. Esta vez, con un retraso considerable, retomaron su proyecto y lo afinaron en cinco semanas. Como si algún rescoldo de esperanza se hubiera negado a desaparecer, ellos entrenaron siempre como si el K2 estuviera enfrente. Con prisas y modestia de recursos, pero sin descuidos, asumieron de nuevo el reto.

En el libro K2, enterrados en el cielo, de Peter Zuckerman y Amanda Padoan, una frase que parece evidente revela lo impredecible y peligroso que puede ser ese mar caprichoso que rodea al planeta: los días sin viento ofrecen como regalo la cumbre; las tormentas imprevistas matan. Las grandes expediciones gastan fortunas para contratar meteorólogos y tecnología sofisticada para pronosticar hasta con 10 días de anticipación el comportamiento del clima. Los montañistas en el K2 viven a la expectativa de que se abra, o no, una ventana de pocos días, siempre en verano, como un parpadeo del tiempo en el que pueden intentar el ascenso. De lo contrario, las posibilidades de no bajar son demasiado altas.

Badía y Mauricio no contratan servicio de meteorólogo por falta de presupuesto. En una aventura en la que el clima es decisivo, ya no sólo para llegar a la cumbre, sino para mantener la vida, la pareja mexicana elabora estrategias para obtener información vital del tiempo.

Mauricio es un líder natural en ese equipo austero, pero que se asume como poderoso, y ha elaborado métodos para interpretar el comportamiento del clima. Consulta páginas gratuitas de Internet cuando están en el campamento base, observa otras expediciones, charla con líderes de grupo, se amiga con sherpas, los míticos trabajadores de montañas de grandes altitudes, pero sobre todo, recibe la información de viejos conocidos con quienes han trabado lazos de solidaridad.

Algunos nos mandan a volar, reconoció Badía; se molestan porque pagaron demasiado dinero por la información y cómo nos la van a dar gratis.

Además, hay indicadores que reconocemos por la experiencia que tenemos, agregó Mauricio; si el viento sopla del norte, es señal de que el clima está mejorando; cuando viene del sur, trae nubes que descargan nieve en la montaña, de esa manera vamos integrando la información para decidir si subimos o no.

Tal como lo describen, el montañismo parece más un acto contemplativo que de voluntad: pasan más tiempo adaptándose a la altura e interpretando los signos del clima, que escalando propiamente. Y en ese trabajo de semiólogos de altitud, siempre existe el riesgo de un revés impredecible.

Guerra de trincheras

En la montaña, sobre todo en el K2, Badía y Mauricio acechan la cima esperando la oportunidad. Es un estilo conocido como de expedición, más parecido a una guerra de trincheras, escriben Zuckerman y Padoan. El otro, es el que practican las estrellas del montañismo, el estilo alpino, el de los más fuertes y experimentados. Suben a toda velocidad, el ataque es como una guerra de guerrillas, sin tregua; no llevan botellas de oxígeno ni demasiado equipo, y no pierden tiempo en la aclimatación. Suben de una vez.

Nosotros no practicamos el estilo alpino, porque requiere mucha fuerza y no la tenemos, reconoció Mauricio; no coincido con quienes piensan que el estilo alpino vale más que el de expedición. Nosotros no escalamos por aplausos ni para demostrar nada.

Hace tiempo a los montañistas sedientos de altura los bautizaron como conquistadores de lo inútil, seres que arriesgan patrimonio, salud y vida por llegar más arriba que el resto de los mortales. Al final no hay recompensas ni aplausos. Sólo el placer íntimo e incomunicable de una pasión que no tiene sentido ni lógica cuando se vive a ras del suelo.

La Jornada