Alrededor del 30% de niños con autismo en EU nunca aprende a hablar y muchos, incluso con intervenciones tempranas de comportamiento, todavía tienen dificultades para adaptarse.
Florida.- Gracie Gregory sonríe con sus brillantes ojos azules. Está sentada en el regazo de su madre, junto a su hermana mayor, Ryleigh, quien nos presume que Gracie es “muy dulce y amable”.
No siempre fue así. Hace apenas un par de años, Ryleigh, de 11 años, le temía a su hermana cuando ésta hacía berrinches y gritaba. “Peleaba y pateaba”, cuenta Ryleigh, señalando que era imposible sentarse así al lado de Gracie.
¿Por qué le tenías miedo a tu hermana? “Por las patadas”.
Gracie, de 7 años, interrumpe: “Ni siquiera me acuerdo.”
“Nosotros sí”, dice su madre, Gina Gregory.
Gracie tiene autismo, una condición que afectó casi todos los aspectos de la vida de su familia después de que la diagnosticaran a los 2 años de edad. Pero un nuevo estudio está ofreciendo esperanza a los Gregory y a las familias que están en su misma situación.
Gracie fue uno de los 25 niños que participaron en el primer estudio de su tipo en la Universidad Duke en Durham, Carolina del Norte. El objetivo: ver si una inyección de su propia sangre de cordón umbilical que contiene células madre raras podría ayudar a tratar su autismo.
Los resultados fueron impresionantes: más de dos tercios de los niños reportaron mejoría. Un segundo ensayo está en curso, y los investigadores esperan que ofrezca un tratamiento a largo plazo para los niños con autismo.
Los escépticos dicen que hay demasiadas preguntas sin respuesta para emocionarse. Incluso los investigadores de Duke lo reconocen. El primer ensayo, recientemente en la revista especializada Stem Cells Translational Medicine, fue un ensayo de seguridad, no un estudio doble ciego controlado con pruebas definitivas de resultados positivos. Ese estudio fue abierto, lo que significa que todos – los médicos y las familias – sabían que la terapia estaba siendo administrada.
Pero para los Gregory, el cambio en su hija ha sido enorme. Atrás quedaron los días en que Gracie tenía arrebatos y rabietas en las largas colas en Disney World o en los restaurantes. Cuando una rabieta estropeaba las salidas familiares, su padres deseaban llevar camisetas que dijeran “Mi hijo tiene autismo” para alejar las miradas críticas.
Durante las sesiones de terapia de autismo, Gracie pateaba, gritaba, escupía y golpeaba a su terapeuta. “Era horrible intentar siquiera sentarla”, dice su madre.
Incluso el solo hecho de cepillarle los dientes o peinarle el cabello detonaba su violencia.
Gracie, entonces de 5 años, estaba en la escala de autismo leve a moderada, pero sus padres dicen que el trastorno consumía alrededor del 75% de su rutina diaria. Después de participar en el estudio, esa cifra se ha reducido a un mero 10%.
En una escala de 1 a 10, ellos califican su mejora en 8 o 9, así de radical. Incluso empezó a asistir a una escuela “regular” y a progresar allí, algo que sus padres nunca creyeron posible. Había estado en varios programas de escuelas especializadas y nada parecía funcionar.
¿Los cambios de Gracie son resultado de la infusión de sangre del cordón umbilical que estimula su cerebro? ¿O su cerebro simplemente maduró a medida que crecía? ¿Podría ser que sus padres estaban subconscientemente propensos a magnificar sus mejoras, dado todo lo que habían pasado?
Esas son preguntas que los Gregory se siguen haciendo. Pero saben que la transformación de su hija pareció comenzar unos seis meses después de su transfusión en enero de 2015 y ha continuado desde entonces.
El cambio favorito de su padre es que la niña es más afectuosa. En lugar de rechazar los abrazos, ahora los recibe con agrado.
“No creemos que la haya curado, todavía vemos algunas de las pequeñas idiosincrasias que tiene”, dice su padre, Wade Gregory. “Pero insisto, creo que está potenciando su curva de aprendizaje. La empuja a hacer cosas que normalmente no haría”.
Su madre añade: “Ella ha mejorado, y estamos agradecidos por eso, ya sea por las células madre o no, estamos agradecidos por los cambios que han ocurrido”.
MILES DE MILLONES DE CÉLULAS
La Dra. Joanne Kurtzberg muestra un congelador dentro de las instalaciones del banco de sangre Carolinas Cord Blood Bank en el Centro Médico de la Universidad Duke. Conocido como un congelador de termogénesis, almacena hasta 3,640 unidades de sangre de cordón umbilical – la que queda en los cordones umbilicales y placenta de los bebés – a menos 196 grados Celsius.
Cada unidad lleva etiquetas con adhesivo especialmente diseñado para soportar temperaturas extremadamente frías durante décadas. Hay 14 congeladores de sangre de cordón en total.
Es la sangre del cordón umbilical en esos congeladores – almacenada o donada por los padres en caso de que se presente una enfermedad grave – la que está a la vanguardia de esta investigación.
Kurtzberg, que encabeza el Programa de Terapia Celular Robertson, se ha asociado con la Dra. Geraldine Dawson, directora del Duke Center for Autism and Brain Development.
Ambas estimaron la gran necesidad de avances médicos para ayudar a tratar a los niños con autismo. Se estima que uno de cada 68 niños en Estados Unidos tiene alguna forma de trastorno del espectro autista, de acuerdo con los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades.
Alrededor del 30% nunca aprende a hablar, y muchos niños incluso con intervenciones tempranas de comportamiento todavía tienen dificultades para adaptarse. Tampoco hay medicamentos aprobados por la FDA que mejoren los síntomas centrales del autismo.
“Estaba muy interesada en colaborar con la gente aquí en Duke, que podían ofrecer enfoques médicos para mejorar la neuroplasticidad, o la capacidad del cerebro para responder al tratamiento”, dice Dawson.
Allí es donde interviene Kurtzberg. En las últimas dos décadas, ella había visto a niños con trastornos metabólicos hereditarios ser tratados con sangre de cordón umbilical después de recibir altas dosis de quimioterapia.
“Hemos sido capaces de demostrar que con algunas de estas enfermedades, un trasplante de cordón los salva de la muerte y también mejora su resultado neurológico”, dice.
Así que empezó a preguntarse: ¿Podría la sangre del cordón ayudar a otros niños?
Hace aproximadamente una década, su laboratorio comenzó pruebas clínicas en niños con parálisis cerebral cuyos padres habían conservado la sangre del cordón umbilical. De nuevo, vieron resultados positivos. Y en algunos de esos niños que tenían tendencias autistas, vieron que los síntomas mejoraban. Otra chispa se disparó: ¿Qué pasaría si probaran la sangre del cordón umbilical específicamente para el autismo?
El ensayo de seguridad comenzó hace poco más de año y medio. No solo concluyó que la sangre del cordón umbilical era segura, sino que el 70% de los 25 niños, de edades entre 2 y 6, había mejorado su conducta según lo descrito por sus padres y monitoreado por los investigadores de Duke.
La investigación es financiada en gran parte por una donación de 40 millones de dólares de la Marcus Foundation, una organización sin fines de lucro creada por el cofundador de Home Depot, Bernie Marcus.
Los niños viajaron a Duke tres veces en el transcurso de un año. Se sometieron a una serie de evaluaciones tales como estudios de autismo, resonancias magnéticas y electroencefalografías para seguir su actividad cerebral.
En el primer viaje, los niños recibieron la infusión de sangre del cordón umbilical junto con evaluaciones intensas. Cada niño recibió entre 1,000 y 2,000 millones de células, administradas mediante una intravenosa en sus brazos o piernas. Los niños regresaron a los seis meses y al año para más pruebas y observaciones.
“Algunos niños, que no hablaban mucho, aumentaban su vocabulario y su discurso funcional”, comenta Kurtzberg. “Muchos niños fueron capaces de jugar y tener una comunicación significativa de una manera que no la habían tenido antes. Algunos niños presentaron menos comportamientos repetitivos que cuando llegaron al estudio”.
Dawson agregó: “El estudio fue muy alentador, vimos resultados positivos. No obstante, no hubo un grupo de comparación, lo cual es muy importante para establecer si un tratamiento es realmente efectivo”.
Ambas investigadoras enfatizan mucho eso: que aunque son cautelosamente optimistas acerca de los resultados, quieren un estudio científico. Están llevando a cabo un ensayo definitivo para saber si la sangre del cordón umbilical puede tratar el autismo – un estudio doble ciego, controlado por placebo que involucra a 165 niños autistas, con edades comprendidas entre 2 y 8. La FDA supervisa el estudio.
Durante el estudio fase II, los niños en su primera visita reciben una infusión de sangre del cordón umbilical, ya sea propia o de un donante, o reciben un placebo. También se someten a una batería de pruebas y monitoreo cerebral.
En su segunda visita seis meses después, los niños reciben una segunda infusión con aquella preparación que no recibieron la primera vez y se someten a más evaluaciones. El orden de las infusiones no se conoce. Los investigadores los monitorearán durante el próximo año para cualquier señal de mejora en el comportamiento.
También se le conoce como una prueba cruzada, en la que cada sujeto recibe el tratamiento y el placebo, pero en un orden diferente. Las investigadoras dicen que habría sido casi imposible encontrar participantes si los padres supieran que sus hijos podrían no recibir una infusión.
¿Qué tan revolucionario sería si el ensayo muestra resultados similares al ensayo de seguridad?
“Si podemos demostrar que recibir una infusión de sangre del cordón umbilical es más eficaz para mejorar el comportamiento social que el placebo, será un parte aguas”, dice Dawson.
Kurtzberg coincide, “Nos sentiremos extraordinariamente alentados si el segundo ensayo muestra que las células benefician a los niños cuando el placebo no. Sería un gran avance”.
Ambas investigadoras conocieron temprano en la vida las luchas que las familias enfrentan para criar a niños autistas. Como adolescente, Dawson cuidó a unos gemelos con autismo que vivían al otro lado de la calle. “Fue una inspiración para dedicar mi carrera a mejorar las vidas de las personas con autismo”, dice.
Kurtzberg también tuvo una experiencia parecida. En su primer año de universidad visitaba a una niña con autismo severo y jugaba con ella como medio de intervención conductual. “Su familia sigue escribiéndome”, dice.
Es por esta razón que ambas manifiestan muchísima cautela. Aunque les entusiasman los resultados del primer estudio, Kurtzberg enfatiza “no queremos mentir y afirmar que está funcionando antes de tener pruebas definitivas”.
Dawson agrega, “Es importante que los padres que escuchen hablar de la sangre del cordón umbilical como un posible tratamiento para el autismo sepan que estamos trabajando muy duro para conocer la respuesta a esa pregunta. Todavía no la conocemos”.
CAUTELOSO OPTIMISMO
Kurtzberg tiene una hipótesis para explicar lo que está ocurriendo: que ciertas células inmunitarias dentro de la sangre del cordón atraviesan la barrera hematoencefálica y alteran la conectividad cerebral mientras que también suprimen la inflamación, que puede existir con el autismo.
“Ahora me siento más segura gracias a nuestro estudio (de parálisis cerebral), que precedió a este estudio y muestra beneficios”, dice Kurtzberg.
El Dr. Arnold R. Kriegstein, director del centro de células madre de la Universidad de California en San Francisco, dice que espera que haya un tratamiento innovador para los niños con autismo, pero que hay que investigar más antes de que esto se convierta en una realidad.
“Hay que ser muy cuidadoso al interpretar resultados que no han venido de ensayos apropiadamente controlados de doble ciego,” dijo. “Todo lo que puedo decir es que sería maravilloso si este tratamiento fuera efectivo, pero uno tiene que ser muy cauteloso antes de llegar a conclusiones”.
Incluso sin un efecto placebo, advierte Kriegstein, muchos factores podrían haber causado un mejor resultado en el primer estudio: los niños en crecimiento podrían haber adquirido habilidades simplemente gracias a la maduración, posiblemente potenciada por la terapia ocupacional, y sus padres pueden haberse aferrado a los efectos positivos, creando un resultado sesgado.
Thomas Frazier II, director científico del grupo Autism Speaks, señaló por su parte que los resultados del estudio inicial son alentadores, pero que hay que hacer más trabajo antes de que el público se entusiasme. “Es demasiado pronto para tener esperanza, demasiado pronto para cambiar el comportamiento”, dijo. “Espero que la gente no salga y gaste dinero en almacenar sangre del cordón umbilical como consecuencia (de este ensayo)”.
Kriegstein también se pregunta si la sangre del cordón estimula realmente las células del cerebro y crea nuevas conexiones. “Hay tantas preguntas sin respuesta sobre lo que podría estar pasando aquí, es muy difícil evaluar el mecanismo propuesto”, dijo. “La pregunta sigue siendo: ¿Cómo estas células inyectadas por vía intravenosa terminan en el cerebro, cómo se dirigen a las regiones apropiadas del cerebro, y qué están haciendo que pueda mejorar la función cerebral?”.
“NO RECORDABA CÓMO ERA ANTES”
Un niño de 8 años con autismo está sentado en una habitación dentro del Centro Duke para el Autismo y el Desarrollo Cerebral. Michelle Green, especialista en investigación clínica, lo observa detrás de un espejo de doble cara. Dos cámaras en la habitación envían datos a los monitores de la computadora, lo que le permite analizar mejor su comportamiento.
La doctora Lauren Franz, terapeuta, trabaja con el niño en la habitación.
“¿Qué tipo de cosas te hacen sentir amenazado o ansioso?” le pregunta.
“Cuando termino con una prueba”, dice el niño.
“¿Cómo te sientes cuando estás asustado o ansioso?”
“Muy raro”, dice el pequeño.
El niño está participando en el segundo ensayo, y ha regresado para su evaluación de seis meses y su segunda infusión. Los investigadores no saben qué infusión recibió primero: la sangre del cordón o el placebo.
Pero monitorean, registran y vigilan el más mínimo detalle. Aunque parezca una conversación inofensiva, los investigadores compararán los resultados con los de su primera visita y las siguientes. ¿Antes pudo sentarse quieto? ¿Podía articular sus pensamientos? ¿Habló antes del estudio? ¿Ha mejorado?
En la casa de los Gregory, en Florida, los padres de Gracie recuerdan cuando ella se sometió a esas mismas pruebas. La mejor inversión que hicieron, dicen, fueron los 2,000 dólares gastados en el banco de sangre para almacenar su cordón. En ese entonces, era solo una precaución; su diagnóstico de autismo no llegó hasta tres meses después de su segundo cumpleaños.
Ellos conocen la desesperación de las familias que están criando a un niño con autismo, de anhelar que su hija tuviera algo de normalidad en la vida. “No puedes cuantificarlo, no puedes medirlo, quieres que tu hijo tenga éxito”, dice su padre.
Mamá y papá vieron recientemente viejos videos caseros, de Gracie cantando inaudiblemente, de ella tapándose los oídos cuando le cantaron “Feliz Cumpleaños” en su tercer cumpleaños, de no mostrar emoción en Navidad cuando tenía 2 años. “No recordaba cómo era antes”, dice su madre.
Esperan que el estudio actual redunde en éxitos similares… y resulte en un tratamiento innovador para niños autistas en todas partes.
CNN