El presidente de EEUU apela a una “respuesta firme ante el programa nuclear y balístico del implacable y brutal régimen”
Washington.- Los misiles, de momento, son verbales. El presidente Donald Trump elevó hoy la tensión con su archienemigo, Corea del Norte, y afirmó que “la paciencia estratégica mantenida durante años por Estados Unidos ha tocado a su fin”. “Nos enfrentamos a la amenaza de un implacable y brutal régimen, cuyo programa balístico y nuclear requiere una respuesta firme.
Nuestro país busca la paz y la prosperidad, pero siempre nos defenderemos y defenderemos a nuestros aliados”, proclamó Trump en un breve y contundente discurso en la Casa Blanca, acompañado por su homólogo de Corea del Sur, Moon Jae-in.
La andanada, con su inquietante insinuación de un eventual choque, llegó después de una descripción cargada de dramatismo. “Millones de coreanos han muerto de hambruna ante la indiferencia de un régimen que no respeta la vida humana ni a sus vecinos”. Unas palabras ante las que asintió Moon Jae-in, quien alertó de que el mayor desafío para Seúl y Washington es el peligro nuclear de su vecino del norte. “Debemos mostrarles nuestra determinación, y combinar sanciones con diálogo”, señaló en un tono más moderado.
En ambos discursos hubo referencias al fallecido Otto Warmbier. El trágico destino de este universitario condenado a trabajos forzados en Corea del Norte y que murió la semana pasada tras ser devuelto a Estados Unidos en estado de coma, ha reforzado el discurso de los halcones de la Casa Blanca. El consejero de Seguridad Nacional, Herbert R. McMaster, ha insistido en que Washington tiene todas las opciones abiertas y que serán activadas si se detectan avances en la carrera armamentística coreana. “No aceptaremos un poder nuclear en Corea del Norte. La amenaza es ahora inmediata y no podemos repetir el mismo enfoque fallido que en el pasado”, ha dicho McMaster.
Pyongyang ha entrado en una temeraria espiral contra Washington. Asfixiante y obsesivo, el régimen lleva 20 años afinando su arsenal para lograr un misil intercontinental que alcance a Estados Unidos. En este camino, mediante constantes pruebas, ha logrado desarrollar una bomba atómica de dos kilotones (el doble que Hiroshima) y en su radio balístico ya entran Corea del Sur y Japón.
Los intentos del Consejo de Seguridad de la ONU para frenar la escalada se han estrellado con la determinación casi suicida del Líder Supremo, Kim Jong-un. Heredero de una tiranía paranoide, el dictador basa su supervivencia en una ecuación infernal: la disposición a ser barrido por la superpotencia a cambio de alcanzar a su enemigo, aunque solo sea una vez.
Ante este pulso, Trump y sus estrategas han apostado por sacar músculo, desplegar su poderío naval y presionar a China, que absorbe el 90% del comercio norcoreano. Pese a la mejora de relaciones con Pekín, la Casa Blanca considera que aún no se ha involucrado lo suficiente y le ha lanzado algunos dardos, como sanciones bancarias y la venta de armas a Taiwan por 1.400 millones de dólares. El gigante asiático ha respondido con furia. “La venta daña la seguridad y soberanía de China”, ha dicho un portavoz. Pero Estados Unidos, lejos de aminorar la presión, está dispuesto a mantenerla. El objetivo es Pyongyang.
El País