Ciudad de Mexico (El País).- Cuando un puñado de intelectuales de Ciudad de México decidió el pasado otoño formar una asociación para apoyar la candidatura electoral indígena, el subcomandante Galeano, la nueva máscara del antiguo Marcos, hasta hace cuatro años el portavoz y rostro más mediático de los sin rostro zapatistas, el líder criollo de la insurgencia indígena de Chiapas, les preguntó:
–¿Por qué se metieron ustedes en esto? ¿Qué se les ha perdido aquí?
“Lo que nos unió fue la búsqueda del otro. Entender que la construcción de una esperanza para lo que está pasando en México pasa necesariamente por personas que nosotros no conocemos del todo pero que nos pueden servir de guía, de inspiración y de educación. Se trataba de cambiar el país desde abajo en beneficio de todos. Los soslayados se había convertido en nuestro futuro posible”, respondió este sábado uno de aquellos intelectuales, el escritor Juan Villoro, desde el corazón de Chiapas, en el Centro de Capacitación indígena de San Cristóbal de las Casas, modélicamente autorganizado desde antes del levantamiento de 1994 y rebautizado despues como la Universidad de la Tierra.
Durante toda la semana, el zapatismo ha organizado unas jornadas de reflexión –Miradas, Escuchas y Palabras: ¿Prohibido Pensar?– a las que ha invitado a una variada paleta de la escena cultural y académica mexicana: desde periodistas, artistas plásticos, cineastas o influencers de las redes sociales, a profesores universitarios. Tantas veces criticado por su aislamiento adánico, por su poca voluntad de tender puentes con el mundo exterior, en realidad el EZLN no ha dejado de abrirse a posibles alianzas más allá de la causa indígena, como aquel Primer Encuentro Internacional por la Humanidad de 1996, con participantes de más 40 países, considerado hoy como una de las piedras inaugurales del movimiento antiglobalización.
El descorche de esta apertura fue la insólita decisión de irrumpir en el escenario electoral, rompiendo definitivamente el tabú institucional. Tras meses de asambleas, consultas y deliberaciones, el Congreso Nacional Indígena (CNI) –una organización hermana del zapatismo, conformada por más de cuarenta pueblos originarios mexicanos– eligió en octubre como candidata a María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy, una nauha jalisciense de 53 años experta en medicina natural. El líder en todas las encuestas, Andrés Manuel López Obrador, preocupado por una posible fuga de votos a la izquierda, les recibió entonces con este tuit: “Muy ‘radicales’ han llamado a no votar y ahora postularán candidata independiente”.
El salto del CNI –que no dejaba de revestir un gesto simbólico al apuntar a los puntos flacos de México: racismo, machismo, pobreza, clasismo– no logró superar la primera valla. Marichuy quedó lejos del umbral de firmas requeridas por la autoridad electoral para validar la carrera a la presidencia de los candidatos independientes. Pero pese a atascarse en el camino, la campaña indígena salió aun más reforzada. Mientras el resto de candidatos presentaron miles de firmas falsificadas –que en uno de los casos, el Bronco, serían más tarde serían convalidadas de por un tribunal administrativo en un escandaloso precedente–, el saldo de Marichuy fue blanco: total transparencia y apego a las leyes.
El ejemplo del movimiento indígena emergió de nuevo como una bomba de radicalidad democrática en los cimientos de la oscura cultura política mexicana. Ante los candidatos elegidos a dedo por los aparatos de los partidos, las escrupulosas votaciones de base. Ante las tretas fraudulentas, el más exquisito cumplimiento de las reglas. Ante las alianzas electorales maquiavélicas, el trabajo de artesanía política de aunar colectivamente deseos y voluntades.
“A esta construcción –dijo Marichuy durante una de las ponencias– que hemos hecho juntos aún hay que ponerle. Es necesario volverse a encontrar. Ver que vamos a hacer ahora”. La Asamblea del Consejo Nacional Indígena se reunirá al final de este mes para volver a deliberar y votar la hoja de ruta a seguir. Por el camino, el número de miembros del Concejo Indígena de Gobierno ha pasado de 28 a 170, con representación en casi todos los rincones de la país. Como aperitivo antes de conocer los acuerdos, el subcomandante Galeano quiso sondear el terreno lanzando un par de preguntas:
–¿Contemplan la posibilidad de convertirse en un partido político?
–No –respondió Carlos González, uno de los fundadores del CNI
–¿Contemplan la posibilidad de apoyar a alguno de los candidatos?
–No
Pablo González Casanova, sociólogo y rector de la UNAM durante los setenta, es otro de los intelectuales que se sumó a la campaña de Marichuy. “Es una lección política para todo México y a la vez una aportación de universalidad, un aviso de que no hay cooptación posible”, apuntó durante el encuentro.
González cumplió 96 años el pasado febrero –su cumpleaños coincidió con un acto callejero de apoyo a la campaña– y lleva acompañando al movimiento zapatista desde su irrupción en el 94. El sábado, el subcomandante Tacho se refirió a él, visera negra y chamarra caqui castrense, como “un joven que empezó a caminar con nosotros hace poco más de 20 años” y le rebautizó entre los abrazos de decenas de encapuchados chiapanecos. Ahora el viejo profesor es también el comandante Pablo Contreras.